miércoles, 11 de enero de 2012

37- Adentro y afuera

Mmmm... qué rico olor a café... dije bajito. Dale, enseguida se prendió la gallega, dale, entremos a tomar un cafecito.
El bar en el que estábamos tiene unas dimensiones enormes. Pero lo mejor es que está ubicado en una esquina donde se cruzan dos avenidas. Corrientes y Scalabrini Ortiz. Como tiene grandes ventanas, que dan a un lado y al otro, contorneando la esquina, uno se puede sentar y mirar a la gente que pasa por una calle y por la otra. Enseguida Kika tuvo la misma impresión que yo al sentarnos: Viste que parece que estamos en una gran vidriera? dijo abriendo bien los ojos para aprovechar todo lo que se veía desde adentro. Si, le dije a su vez, estaba pensando lo mismo. Nos habíamos sentado en un lugar estratégico, en una mesita que daba a la ventana sobre Corrientes, desde donde se podía ver perfectamente la gente pasar a nuestro lado y con un pequeño movimiento de cabeza tambien podíamos divisar a los que venían por la otra cuadra y a veces terminaban pasando a nuestro lado.
Enseguida la gallega propuso algo: Te juego a adivinar quién de los que viene por Scalabrini Ortiz dobla y pasa por acá. No, no, dije enseguida, a mí dejame de juegos, que vos siempre me ganás... dale, che, dijo Kika con una sonrisa de triunfadora, no seas así... mirá esa, la de vestido negro con flores rojas, esa dobla. Nos quedamos esperando a que ella llegara a la esquina, y... si, dobló y pasó a nuestro lado. Al pasar miró de reojo nuestra mesa, y después a una y a otra... se habrá avivado che?, dije con temor. La gallega soltó una carcajada... y qué tiene? si se avivó qué tiene? me decía divertida. Dale, ahora vos. Miré con cuidado para elegir el candidato, y encontré entre la multitud un hombre con sombrero. El del sombrero, dije, el del sombrero seguro que dobla. Enseguida llegó a la esquina, porque era un señor alto, que daba grandes pasos. Sentí la ansiedad propia del juego en el cuerpo... y dobló. Pasó cerca, pero no tanto como la del vestido negro con flores rojas. Esta vez no nos miró, pero nosotras lo miramos mucho, porque... con este calor y con sombrero... nos reímos disimuladamente, pero sin piedad. Poco a poco el juego se fue adornando con comentarios de critica o burla, que empezó siendo suave, hasta que se convirtió descarnada y maliciosa, ya que no solo reírnos de su vestimenta, sus zapatos, sus peinados, etc, sino también comenzamos a mirar sus gestos e imaginar pensamientos graciosos, incluso irreverentes.
De golpe, mientras yo estaba en búsqueda de mi próxima víctima, la gallega me toca el brazo con el índice y dice mirándome a los ojos: Che, mirá para adentro, para adentro del bar. Hice lo que me decía, y quedé impresionada. Vi entonces como, casi todos los clientes sentados en sus sillas, casi sin pestañar, miraban, como nosotras hasta hacía un segundo,  hacia afuera, hacia la vereda.
Viste? dijo Kika moviendo sus ojitos de un lado para el otro, todos hacemos lo mismo... nos sentamos acá, y nos pasamos el tiempo mirando para la calle... qué raro... si no estuviera acá pensaría que la vidriera sería lo que está atrás del vidrio... mejor dicho, que lo que está atrás del vidrio somos nosotros... que lo que está adentro del bar es la vidriera, pero... Se tomó el último trago de café antes de seguir, y entonces pude darme cuenta de que mi taza estaba llena. El café se había enfriado y yo ni siquiera lo había tocado. Si... susurré sintiendo la misma sensación de desconcierto que ella, si... está al revés.
La vidriera es la calle, concluyó Kika. Qué mundo loco...