lunes, 29 de junio de 2009

27- Fiaca

Hoy es un día de esos en que tengo que hacer un montón de cosas y... no empiezo nunca, me confesó Kika cuando pasé el sábado a la mañana por su casa. Era raro que fueran casi las diez y ella estuviera como recién levantada, envuelta en su bata bordó, en pantuflas y con los pelos enmarañados.
Pero vení, sentate un ratito conmigo mientras se me pasa. A ver si me pongo las pilas... Y qué tenés que hacer? Te puedo ayudar?, ofrecí. No, no, gracias. Son cosas fáciles, cosas habituales, pero... a vos no te pasa? Me pregunto por qué uno a veces se levanta con tanta energía, como si se llevara el mundo por delante, y otros días... Hoy, por ejemplo: miro a la derecha y veo las facturas que fuí a pagar ayer al banco y todavía no las ordené; a la izquierda una pila de ropa que saqué de la soga y por lo menos la tengo que doblar, o guardar en algún lado; algunas compras me haría falta hacer, porque se me terminó el champú, y el dentífrico. Y lo peor... me tengo que depilar! Y no hago nada! dijo tomándose la cabeza. En ese momento pareció haberse dado cuenta de que ni se había peinado y ésto le causó un poco de gracia. Tengo el pelo como tengo los pensamientos, dijo con una risita. Porque no te creas que no pienso en esto. Me pregunto, me repregunto, y sabés hasta dónde llego?, y al tiempo de decir ésto, la gallega me miró como si estuviera a punto de contarme una reflexión sobre el origen de la humanidad. Yo por las dudas guardé silencio y esperé su respuesta. Ella se quedó unos instantes en silencio, se sentó despacio, se pasó la mano por el cabello rebelde y suspiró.
Cuando me levanto así, continuó lentamente, que doy vueltas y vueltas, que no resuelvo nada... me parece tan extraño todo... Por qué haremos las cosas que tenemos que hacer? Te imaginás si todos nos negáramos e hiciéramos una especie de... huelga? Porque todos hacemos de todo, que vamos, que venimos, que trabajamos, que ésto, que lo otro... como si fuéramos llevados (y subrayó la palabra con un tono de voz fuerte) a hacer y a hacer, no? Y qué nos lleva..?
La verdad es que nunca se me había ocurrido preguntarme semejante cosa, le dije sinceramente, no tengo idea por qué hago las cosas que hago... pero Kika, si no hiciéramos nada... también sería aburrido. Ella asintió, pero en seguida retrucó: no hacer nada no, eso sería insoportable... pero igual eso no responde mi pregunta.
De repente, como si se hubiera acordado de algo importantísimo, se puso de pie y abrió un cajón. Sacó una cajita y me la mostró: era un mazo de cartas españolas.
Te juego una escoba de quince, dale? Antes que ponerme a barrer... jajaja!
Ah gallega!, para jugar nunca tenés fiaca! , dije muerta de risa. Dale, pero si perdés te depilás hoy, eh? Y sin excusas!

lunes, 22 de junio de 2009

26- La sorpresa II

No sabía cómo encarar el tema con Kika. Lo que había pasado en aquella casona vieja era más que una sorpresa. Había sido una experiencia sobrenatural, la primera de mi vida.
Mudas las dos entramos a casa y nos sentamos, pero enseguida ella empezó a hablar, como si no hubiera pasado nada. Hablaba de cualquier cosa, de las compras que había hecho a la mañana, del frío, de los zapatos que le sacan ampollas cada vez que camina mas de dos cuadras. Yo me limitaba a calentar el agua, preparar unos mates, y calladita la boca me fui relajando de a poco, sin mencionar la sensación extraña que todavía me corría por los huesos.
Che, no tenés una curita? mirá como tengo este talón!, seguía la gallega de lo más normal. Es que no tendríamos que haber vuelto caminando. Bah!, caminando es una forma de decir, porque casi que me hiciste correr!
Yo la verdad es que la escuchaba pero no respondía, porque solamente pensaba en qué pregunta le iba a hacer, sabiendo que Kika no es alguien fácil de llevar, y que habla solamente de lo que quiere y cuando quiere. Decidí ser directa: Ahora hablá, le dije. Ella levantó la mirada de sus pies ya descalzos, y se sonrió. Como con ternura pestaneó lentamente y sin dejar de mirarme me pregunto: Y de qué querés que te hable?
Yo estaba un poco alterada todavía (aunque mucho menos, ya que me sentía mas segura en mi propia casa) así que levanté un poco el tono de voz, y la interpelé: Quiero saber todo. Y no me vengas con vueltas... quiero saber qué pasa en esa casa, quiénes son esos chicos, de dónde... Eeeh! pará!, me interrumpió, de qué estás hablando? Qué chicos?
Lo peor de todo es que la expresión de la cara de Kika era la de alguien que no entendía nada de lo que le estaba diciendo. Estaba fingiendo? Es que ella no había visto lo mismo que yo, esos chicos pálidos, con cara de... fantasmas, sus manitos agitándose en la ventana...?
Estás como loca! me dijo con una carcajada que casi me ofendió. Qué chicos viste? Vos estabas con un miedo... eso es lo que pasa.
Otra vez me quedé muda. Bajé la mirada y trataba de recordar bien lo que había pasado, pero algunas cosas se me escapaban. Tenía la sensación de haber vivido un sueño, y como a veces ocurre al contarlo, los detalles se van esfumando. Uno los quiere retener para ponerle palabras pero... se escurren y se van, sin remedio caen en el olvido. La casa, decía yo, las telas de araña... el árbol del fondo...los chicos atrás de un sillón, el niñito en la ventana. Por fin me vino a la memoria una frase de la gallega que era mi salvación. Aaaaah!, dije dando un golpecito en la mesa, también me vas a negar que me trataste de miedosa y que por culpa de mi miedo no me pudiste presentar a tus amigos? Si, si, eso te lo dije, aceptó ella con los ojos abiertos de par en par. Y entonces, de qué amigos hablabas? Acaso no eran esos nenitos tus amigos, que seguramente estan allí desde que vos eras chica y están tal cual, siguen siendo chicos, igualitos que en esa época porque... (y no me atrevía a decirlo) porque están... porque son...
Jajajaja! se descostilló la gallega. Vos tenés una imaginación, querida! Y al tiempo que se reía con ganas se agarraba la panza. Sin pausa en su risa sacó un pañuelito de papel de su bolsillo y se secó las lágrimas que le habían saltado, después suspiró como para dar fin a sus carcajadas y con toda seriedad me dijo: Mirá, yo no sé qué te pasó a vos ahí, en la casona. Capaz que la culpa fue mía porque te creé mucho misterio, y no sé qué cosas se te fueron apareciendo en la cabeza. Pero te voy a explicar: Viste que te hablé de una sorpresa? Bueno, la sorpresa era que en el árbol del fondo, ese árbol que debe tener como cien años... viven mis amigos.
De un salto me paré, le clavé los ojos y le dije: Viste?? Viste que hay algo raro ahí? cómo vas a tener amigos que viven en un árbol Kika, qué clase de amigos... no pueden ser humanos!,
Pará, pará loca! me decía y me mostraba la palma de la mano como un signo de "stop". Claro que no son humanos! Son ardillas! Siempre hubo ardillas en ese árbol, y en otros que están pegados a esa casa también, porque al lado hay un quinta grandísima, te acordás? Cada tanto me gusta ir a recordar cómo con los otros pibes nos acercábamos despacito para no espantarlas, y les poníamos algunos caramelos por ahí, cerquita del árbol. Nos quedabamos muy quietos y los bichitos se iban acercando, y después de un tiempo... se empezaron a hacer amigos, o amigas, no sé como se dirá poque había machos y hembras, claro. Yo te los quería mostrar, aunque no sé si todavía habrá alguna porque en el invierno se esconden... pero vos te asustaste tanto que no me diste tiempo a...
La gallega siguió entusiasmada explicándome su experiencia con las ardillas, y le gustaba tanto recordar que casi se había olvidado de mí. Se paraba, hacía movimientos sigilosos mostrándome sus técnicas para acercarse al árbol, y gestos graciosos como si otra vez fuera una nena. Y yo... bueno, qué puedo decir de mí. Mejor no digo nada. Sshh!

sábado, 13 de junio de 2009

25- La sorpresa

Este es un relato que surgió de una complicidad. Gracias a dos amigos blogger (los cómplices), ha resultado este producto. La foto y la idea original son de Carina Felice y su lente . El relato lo hemos escrito entre Martín Gardella y yo, cómodamente sentados en su living. Gracias a la generosidad de ellos, nuestro trabajo completo aparece hoy en Palabras sshh!





Cuando dimos vuelta la esquina, nos encontramos con la casa. Kika me había llevado hasta allí sin contarme demasiado, solo me había dicho que tenía una sorpresa.
- Dale, vamos a entrar - me dijo.
Al principio, me resistí un poco, pero la gallega enseguida manoteó la puerta y dio el primer paso. Kika la conocía de memoria, había estado en ella muchas veces, y le encantaba visitarla.
- ¿Ves? - empezó a contarme - la puerta siempre está abierta, porque nadie quiere entrar. Cuando éramos chicos, con los pibes del barrio entrábamos por la ventana y, aunque teníamos un poco de miedo, nos metíamos para jugar a las escondidas.
Aquella casona era un lugar húmedo, oscuro y crujiente. Nuestros pasos hacían rechinar el piso y debíamos tener cuidado porque, en algunos lugares, la madera estaba rota.
-Che, Kika, pero si este piso se rompe…- dije tímidamente
-Y… si se rompe vamos a parar al sótano – completó la frase, dando una carcajada.
-Pero, vos estás loca, ¡salgamos de acá!
Pero, ella estaba decidida. Me había hecho caminar como diez cuadras para mostrarme ese lugar y ahora estábamos ahí, iluminando nuestros temerosos pasos con la luz tenue de nuestras linternas.
-Pero vení, pasá- me dijo la gallega, como si se tratara de su casa - ¿Sabés los cuentos de terror que nos inventábamos acá? Imaginate, teníamos diez o doce años, creíamos en todas las historias fabulosas que te puedas imaginar. ¡Nos moríamos de risa!
-Si, cosas de chicos- dije, no muy convencida.
Recorrer las habitaciones de esa casona fue como meterse en un laberinto. Muchas de ellas estaban aún decoradas por muebles viejos, cubiertos por pegajosas telas de araña, iguales a las de las películas.
A pesar de que yo estaba muy interesada en conocer aquel lugar, algo me decía que era mejor irse, pero a Kika era imposible convencerla. Le pregunté por el dueño de la casa, pero ella respondió que nadie en el barrio lo conocía y que, por esa razón, podían entrar a la casa por lo menos una vez por semana.
- Nos metíamos por la ventana porque en ese tiempo la puerta estaba cerrada con llave – relataba Kika – y acá nos encontrábamos con los otros chicos.
La gallega se quedó en silencio, mientras abría un postigo que daba al jardín trasero y me mostraba un árbol gigante cuyas hojas habían tapizado el suelo. Yo ya me estaba poniendo nerviosa.
- Y ¿quién abrió la puerta, Kika? Porque, a ver... si estaba con llave y ahora no, es porque alguien tiene la llave! ¿Y quiénes son esos otros chicos a los que te referís?
Kika sólo respondió con una sonrisa.
-No te rías Kika, esta situación me pone muy nerviosa – le dije - Yo me voy.
Emprendí, decidida, el camino hacia la puerta. En el recorrido, alcancé a ver los rostros sonrientes de unos niños, escondidos detrás de los sillones del living polvoriento. Envuelta en un grito, crucé con dos saltos el amplio comedor y alcancé la puerta de calle. Cinco minutos después, Kika salió de la casa para reencontrarse conmigo en la esquina de la casona.
-Está bien, vamos – me dijo - Al final con vos, ¡no se puede vivir una aventura! Sos una miedosa. Ni siquiera me diste tiempo de presentarte a mis amigos.
Desde la ventana apenas entreabierta, un niño pálido saludaba a Kika agitando su mano. La aparición me dejó muda, y recorrimos todo el camino de regreso sin dirigirnos la palabra. Cuando llegamos a la puerta de mi casa, invité a Kika a tomar unos mates. Tenía muchas cosas que contarme respecto de esa casa, pero preferí que me las cuente desde el lado de afuera, sentadas cómodas y tranquilas, en el comedor de mi casa.

domingo, 7 de junio de 2009

24- Concentración

Cuando fui a visitar a Kika estaba en medio de una batalla culinaria. Se había puesto a cocinar guiso de lentenjas, y, como siempre que cocina, la gallega arma una batahola terrible. Apenas me abrió la puerta me lo advirtió: Acomodate por donde puedas, porque estoy cocinando.
Eso era tal cual. Había que acomodarse donde se pudiera, porque no había lugar en la cocina ni para apoyar las manos. En la mesa, en la mesada, en el lavaplatos... en todos lados había cosas. Pero es necesario que cada vez que cocinás uses tantos elementos, Kika?, empecé preguntando. Y... qué se yo, me contestó con un suspiro. Es que no me doy cuenta, y cada vez que necesito pinchar, uso otro tenedor, si se me moja la mesada, saco otra servilleta, si tengo que cortar busco otro cuchillo del cajón de los cubiertos... es como una manía que tengo, viste? Yo creo que es porque me pongo a cocinar y para mí es como si jugara. Entonces, no estoy pensando en cuánto ensucio, o si hago despelote. Y a vos, te gusta el guiso de lentejas? Uf!, dije sacudiendo la mano, me enloquece!
Mientras halábamos, y supongo que por cierta vergüenza que sintió ante mi observación acerca del despelote que había allí, la gallega empezó a ordenar un poco. Sobre todo unas diez tarteras y moldes de metal que andaban por el suelo, los levantó y empezó a apilarlos...Chin, pum, pam, cham pim, pom, y a intentar guardarlos en el bajo mesada. Eso no le resultaba fácil, porque por supuesto tiene cantidad de cosas allí, así que le costaba que entraran.
Pero este coso que no entra! Cómo puede ser!, decía a los gritos. Si salió de ahí, ahora tendría que entrar. Ay! que se me quema el guiso! Ves? es que tengo que estar muy concentrada para cocinar, porque si me distraigo en cosas sin importancia... querés probar a ver si le falta sal? Esperá que le bajo un poco el fuego, dale, vení, probá.
No pudiendo con mi genio, al acercarme levanté dos o tres moldes de budín que se habían desparramado en el intento por guardarlos, y ya estaban otra vez olvidados en el suelo. Me acerqué la cuchara a la boca y soplé. Mmm! está buenísimo! Si? qué suerte! Quedate a comer, entonces! dijo feliz.
La verdad que la invitación me alegró, pero ya estaba sintiendo que no iba a poder permanecer mucho tiempo allí, entre tanto cacharro. Así que se me ocurrió una idea: Bueno, gracias, me quedo, pero te ayudo a juntar todo esto, querés? Y al tiempo que lo dije me arremangué para empezar a lavar. La gallega soltó una risita y me guiñó un ojo. Y bueh... si a vos no te molesta... pero vas a pensar mal de mí, que soy una desordenada! jajaja.
Entre las dos, ella revolviendo de tanto en tanto, y poniendo la mesa, y yo juntando, lavando, secando y guardando, enseguida dejamos la cocina mas habitable y hasta nos alcanzó el tiempo para sentarnos un ratito mientras esperábamos a Pedro.
Estábamos conversando de bueyes perdidos, y picoteando unos pedacitos de pan, cuando un ruido estruendoso nos dejó tiesas. Kika y yo nos miramos fijamente, como queriendo leer en la mirada de la otra la explicación de semejante batifondo. El ruido provenía de la alacena del bajo mesada, donde un ratito antes, como con arte malabaristas, yo había guardado los moldes de metal. Kika abrió la puertita muy despacio, como si de allí fuera a salir un monstruo, y espió.
Nada, dijo cerrando los ojos, no pasa nada. Uy, mirá ahí llega Pedro, ahora sí vamos a comer las lentejas!
Por las dudas no pregunté, pero me imaginé que un derrumbe atroz había terminado con la torre que había armado con tanto esmero. Y entonces aprendí algo de Kika. Que para hacer las cosas bien, hay que concentrarse en lo que se está haciendo, y no distraerse con tanta cosa sin importancia que anda por ahí. Así que, me dije... a comer lentejas! y que se venga el mundo abajo.