miércoles, 21 de enero de 2009

5- Colección


No me puedo decidir... susurró Kika mientras cosía los botones de una camisa de Pedro. No sé si coleccionar cajitas de fósforos o sobrecitos de azúcar. ¿Y eso? le pregunté extrañada... Cuando era chica coleccionaba de todo, empezó a contarme la gallega, marquillas de cigarrillos, botellitas raras, por supuesto figuritas, cajas de chicles... cajas de chicles?, dije interrumpiéndola, pero si no había tantas marcas, cuántas tenías? La gallega levantó la vista y entrecerró los ojos como haciendo una cuenta. Y... treinta, cincuenta... no me acuerdo. Pero Kika, de donde sacaste tantas marcas de chicles? Nooo, dijo divertida, es que eran todas iguales. Eran todas de Chicles Adams. De menta.

Solté ahí mismo una carcajada que dejó a Kika entre enojada y asombrada. Le expliqué entonces que la gracia de coleccionar era justamente la variedad, que los coleccionistas de objetos buscaban con esmero el ejemplar más raro o más caro de conseguir, y que una colección se enriquecía justamente... Es que yo las quería rescatar! gritó. No ves que si no las guardaba iban a ir a la basura! y viste qué bonitas eran esas cajas, las amarillas, que tenían la ventana por donde asomaban los chicles como dientecitos! Sabés? En ese tiempo, continuó un poco mas tranquila, se me había dado por pensar en el destino de las cosas que se tiran. Y me preguntaba (todavía hoy a veces lo pienso con las latas de conservas, los corchos de los vinos, los envoltorios de los regalos...) a dónde irían a parar. Me imagino que a ningún lado... bueno, siempre a algún lado van las cosas no? pero irían perdiendo el color, la forma, la dureza... y sería como que no van a ningún lado, porque si nadie las encuentra... entonces están perdidas. Viste los papeles de caramelo? y al decirlo abrió los ojos y se le pusieron dorados, algunos son tan hermosos! también los coleccionaba, para que no se perdieran los acomodaba en una caja de cartón y de vez en cuando los apoyaba en el suelo uno al lado del otro y los contaba, pero como siempre me pasa, al rato me había olvidado cuántos había, siempre igual yo con los números, nunca supe contar bien.

Volviendo a su labor, la gallega pinchó la tela con la aguja y la pasó por el agujero del botón. Con un corto tironcito el hilo atravesó tela y orificio y volvió a entrar para salir del otro lado. No te lo tomes a mal, dije con cuidado, pero eso no es coleccionar, eso es "guardar". Sin prestar la menor atención a mi comentario Kika cortó el hilo, metió el carretel, la aguja y la tijera en el costurero, y me preguntó, ahora sí, mirándome a los ojos: ¿cuándo se termina una colección? Eh... no pude contestarle, entonces pregunté: Y cuándo terminó la tuya de las cajitas de chicles Adams? Otra vez entrecerró los ojos como haciendo un cálculo, y con pena admitió: cuando me olvidé de coleccionar.

No sé por qué su respuesta me trajo cierta incomodidad. Si, dije rápido para escapar del tema, tenés razón Kika, no se sabe muy bien cuándo terminaría porque... Ya me decidí, dijo como aliviada, mejor no voy a coleccionar cajitas de fósforos ni sobrecitos de azúcar.

2 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

"cuando me olvidé de coleccionar": Qué bonito y que triste al mismo tiempo. Olvidarse uno de su colección es dejar que muera un poco aquella antigua ilusión. Esto no debería ocurrir a menos que se haga para empezar otra. En ese caso tan solo se renuevan ilusiones.

(Creo que empiezo incluso a pensar como Kika...)

adriana rey dijo...

JuanRa: recién descubro este comentario! justo me estaba preguntando por qué sería que nadie había comentado este post, y vengo y me encuentro con vos... me alegro que pienses como Kika! coleccionar es toda una ilusión que no habría que perder,no?
Gracias.